El 22 de abril de 1992 nos marcó a quienes vivimos en Guadalajara. Esta tragedia la sufrieron quienes habitaban la zona de Analco, la colonia Atlas, San Carlos, Las Conchas, Quinta Velarde, Álamo Industrial, El Rosario y Fraccionamiento Revolución. Todas las personas fueron sorprendidas cuando vieron explotar las calles por las que transitaban de manera cotidiana.
Eran aproximadamente las 10:05 de la mañana cuando sucedieron las primeras explosiones y por cerca de una hora y quince minutos, las calles Aldama, Calzada Independencia; Gante, Nicolás Bravo, Calzada del Ejército, Mexicaltzingo, Silverio García, 5 de febrero, Río Nilo, Río Pecos, Río Álamo, Río Suchiate, González Gallo, en las que se perdieron vidas, patrimonios y la vitalidad física de muchas personas que vivían o transitaban por ahí: niños, niñas, mujeres, hombres y jóvenes, vivieron la tragedia. Fueron 16 kilómetros de calle, y según el INEGI 98 manzanas afectadas y cerca de 60 destruidas. Las cifras oficiales 210 muertos, aunque se estima que existe un número mayor, que aún no conocemos.
Dos días antes de las explosiones, los habitantes de la zona estuvieron pidiendo auxilio, llamaron a todos los sistemas de emergencia: bomberos, policía, protección civil y SIAPA diciendo que las coladeras olían a gasolina. A pesar de los reportes, la respuesta fue: No hay riesgo de explosividad. Desafortunadamente, ese día, dos trabajadores del SIAPA tuvieron la desafortunada experiencia de la primera explosión.
Como en otras tragedias, las explosiones del 22 de Abril en Guadalajara, movilizaron a la sociedad civil y evidenció la ineficacia de las autoridades, ante un gobierno que no supo cómo reaccionar para prevenir la tragedia y cómo actuar ante el desastre. La inacción de las autoridades generó que cientos de voluntarios se convirtieran en piezas clave para el rescate de personas de entre los escombros, e impidieron el ingreso de maquinaria que las autoridades ordenaron. Gracias a esas voluntades civiles también se pudieron salvar vidas.
Desafortunadamente, muchas personas murieron, pero también muchas más sobrevivieron, pero tuvieron que pasar días y meses internados en hospitales, hasta que poco a poco fueron recuperando su fuerza para luchar por justicia y reclamar que el Estado en todos sus niveles se hiciera cargo de su tratamiento médico y de su patrimonio perdido. Surgieron asociaciones que siguen exigiendo un trato justo, un trato digno ante esa negligencia que les cambio la vida. Desde ese año conmemoran a las víctimas, recuerdan a las y los muertos, pero sobre todo, se preocupan por hacernos sensibles ante tragedias como estas, a prevenir desastres y siguen clamando por el esclarecimiento de los hechos, que significa: justicia.
Se ha firmado con las víctimas, afectados y lesionados, el Fideicomiso que agrupa a 86 personas, y que hoy claman nuevamente incrementar el fondo, ya que su mayoría quedaron con secuelas de discapacidad muy severas, por lo que hacemos un llamado al gobierno federal y estatal a abonar recursos a ese fideicomiso, que comprende atención médica y medicinas.
Muchas heridas tenemos como mexicanas y mexicanos y tenemos que trabajar para cerrarlas con solidaridad, afecto y compromiso. Este Pleno podría revestir de dignidad a la política, si pedimos disculpas públicas por autoridades negligentes y omisas, pero sobre todo, si tendemos la mano a quienes siguen clamando justicia.