Con la revolución dentro es el libro de Jorge Gómez Naredo, publicado recientemente por la Cámara de Diputados, nos muestra de manera acuciosa y analítica la lucha de las y los lesionados por la tragedia del 22 de abril de 1992 y que se convirtieron en sujetos históricos. Es un trabajo que recupera sus vivencias sobre la catástrofe vivida que cambió sus vidas, sus prácticas, su entorno y su forma de mirar el mundo.
Porque esta tragedia además de marcarlos de por vida, nos marcó a quienes vivimos en Guadalajara. La tragedia que sufrieron quienes habitaban la zona de Analco, la colonia Atlas, San Carlos, Las Conchas, Quinta Velarde, Álamo Industrial, El Rosario y Fraccionamiento Revolución. Todas las personas fueron sorprendidas cuando vieron explotar las calles por las que transitaban de manera cotidiana.
Aproximadamente a las 10:05 de la mañana sucedió la primera explosión en la calle de Aldama y la Calzada Independencia; y así siguieron las calles de Gante, Nicolás Bravo, Calzada del Ejército, Mexicaltzingo, Silverio García, 5 de febrero, Río Nilo, Río Pecos, Río Álamo, Río Suchiate, González Gallo. También se afectaron otras calles que por cerca de una hora y quince vieron volar todo lo que tenían: su vida, su patrimonio y su vitalidad física. Los afectados: niños, niñas, mujeres, hombres o jóvenes, que vivían en la zona, que trabajaban ahí o que sólo transitaban en esa hora trágica por ahí, que viajaban en autobús urbano, en automóvil o caminando: a todos los marcó la tragedia. Fueron 16 kilómetros de calle, y según el INEGI 98 manzanas afectadas y cerca de 60 destruidas. Las cifras oficiales 210 muertos, aunque se estima que existe un número mayor, el cual no conoceremos nunca.
Dos días antes de las explosiones, los habitantes de la zona estuvieron pidiendo auxilio, llamaron a todos los sistemas de emergencia: bomberos, policía, protección civil y SIAPA. Sin embargo, el Ayuntamiento de Guadalajara tardó dos días en mandar personal que supervisara los reportes, la respuesta fue: No hay riesgo de explosividad. Fue hasta ese mismo 22 de abril por la mañana que dos trabajadores del SIAPA tuvieron la desafortunada experiencia de la primera explosión. Negligencia, irresponsabilidad y descuido, es lo menos que se puede señalar ante tal riesgo, a 26 de años de la tragedia del 22 de abril, es fecha que no existen culpables de los hechos. La gasolina derramada, los cambios de ruta de los drenajes y la mala planeación del mismo, que ocasionaron la acumulación de gases, parece que fueron obra de manos invisibles, de mentes de personas inexistentes.
Las explosiones del 22 de Abril de 1992 movilizaron a la sociedad civil y ello evidenció la ineficacia de las autoridades, ante un gobierno que no supo cómo reaccionar para prevenir la tragedia y cómo actuar ante el desastre. La ciudad quedó paralizada. La inacción de las autoridades generó que cientos de voluntarios se convirtieran en piezas clave para el rescate de personas de entre los escombros e impidieron el ingreso de maquinaria que las autoridades ordenaron. Gracias a esas voluntades civiles también se pudieron salvar vidas: bebés, infantes, mujeres y hombres.
Desafortunadamente murieron personas, y este libro da cuenta de cómo pudieron sobrevivir las y los lesionados que tuvieron que pasar días y meses internados en hospitales, quienes poco a poco fueron recuperando su fuerza para luchar por justicia y reclamar que el Estado en todos sus niveles se hiciera cargo de su tratamiento médico y de su patrimonio perdido. Surgieron asociaciones que siguen exigiendo un trato justo, un trato digno ante esa negligencia que les cambio la vida.
Como dice Jorge, las y los lesionados han marcado su propio derrotero y con su presencia real y mediática, han logrado mantener en la palestra política sus peticiones y exigencias. Su lucha es producto de la injusticia. La tragedia los convirtió en personas en condición de vulnerabilidad, ya que de ser personas sanas, se convirtieron en personas con alguna discapacidad o varias, que les impidieron continuar con una vida sana y laboralmente útil.
En este libro, Jorge Gómez Naredo se propone explicar el proceso que vivieron los lesionados, y a lo largo del mismo, nos muestra que no todos, aun y cuando coincidan en la lucha, tienen la misma forma de enfrentar, confrontar, asumir y reclamar un trato justo al gobierno en turno para resarcir los daños a sus vidas y patrimonio.
Recordamos la tragedia que, hace 26 años, pudo haber sido evitable. El desalojo a tiempo de las personas de la zona hubiera causado daños materiales, pero no pérdida de vidas. Hoy recordamos a las víctimas, a las y los muertos, pero sobre todo, a las personas que están con vida y que han dado una lucha importante para garantizarse una calidad de vida a pesar de sus tragedias personales como consecuencia de sus lesiones.
Dice Jorge sobre las y los lesionados …en su afán de sobrevivir no les quedó de otra que asimilar con prontitud la necesidad de resocializarse, de reinventarse en nuevos escenarios muy distintos a los que estaban acostumbrados. No solamente perdieron familiares, bienes materiales o alguna otra cosa. También perdieron por el momento el sentido de vivir que reencontraron cuando empezaron a reconocer su revolución o cambio de vida desde muy dentro, desde lo más entrañable de sus cuerpos y de sus convicciones.
Una de las preocupaciones de Jorge en este libro, es mostrarnos que los “damnificados” del 22 de abril no son seres homogéneos, que ni todos los damnificados eran damnificados de la misma forma, ni todos andaban unidos y sin diferencias. Y este es el gran potencial que este libro retoma, las pérdidas fueron muchas y diversas, las secuelas de la misma manera, por tanto, se posicionaron de distintas maneras quienes fueron las y los lesionados, por su condición física y por tanto, resarcir los daños estaban centrados en sus cuerpos.
Por su parte el gobierno estatal a través del Patronato no “conoció” a las y los lesionados hasta casi un año después, pero ahí estaban, con pérdidas en sus cuerpos, con pérdidas en sus rostros, con pérdidas en sus afectos, emocional y económicamente devastados y a ellas y ellos, les fue más difícil resarcir sus heridas para exigir sus derechos. Pasaron días, meses y han pasado años, para que puedan reconstruir sus vidas en condiciones adversas. Llevan esa revolución dentro desde el 22 de abril de 1992.
Las y los lesionados se convirtieron en agentes políticos, se hicieron visibles al gobierno, a la sociedad y a los medios de comunicación. Sus demandas se empezaron a desplegar con estrategias diversas, algunas mas contestatarias otras más dóciles a la autoridad. Ello trajo como consecuencia la división en grupos de lesionados y las fracturas de demandas. Pero sin duda, esta experiencia los ha convertido en actores con agencia, es decir, en actores que han sabido ser interlocutores del gobierno para negociar un mejor trato a su salud y en mejorar sus condiciones económicas.
Después de 26 años se preocupan porque seamos sensibles ante tragedias como estas, a prevenir desastres, pero sobre todo, siguen clamando por el esclarecimiento de los hechos, a través de sus acciones cotidianas, de su conmemoración cada 22 de abril, de los murales en las calles donde explotó el colector.
La escultura Estela contra el olvido, de Alfredo López Casanova nos recuerda la tragedia, también nos recuerda la unión y solidaridad de la sociedad tapatía que se volcó el 22 de abril a apoyar con sus propias manos a rescatar de los escombros a las personas e impidió que ingresaran las máquinas a recoger el escombro si había señales de vida. Muchas de las y los lesionados fueron rescatados así.
El 22 de abril no vuelve a recordar que para que haya justicia, se requiere resarcir, en la medida de lo posible, las afectaciones humanas y físicas y reparar los daños como una acción de derechos humanos que sufrieron no sólo quienes vivían, tenían sus negocios o se trasladaban por la zona durante las explosiones.
Hace 4 años como regidora del Ayuntamiento de Guadalajara, propuse que se ofreciera una disculpa pública a todas las personas afectadas por las explosiones del 22 de abril en Guadalajara que padecieron la negligencia de quienes tuvieron la responsabilidad del gobierno de la ciudad en su momento y que no actuaron conforme a su investidura, así como que en una muestra de buena voluntad, el Presidente municipal convocara a la conformación de una Comisión temporal para dar seguimiento a los compromisos firmados por el Gobernador del Estado, Jorge Aristóteles Sandoval con las y los vecinos afectados por las explosiones del 22 de abril de 1992, así como apoyar y acompañar a los afectados agrupados en la Asociación 22 de Abril y asegurarse que los compromisos contraídos se cumplieran en tiempo y forma.
Las y los lesionados de esta tragedia han sido muy eficaces en su tarea contra el olvido, que a pesar de sus pérdidas físicas y emocionales se mantuvieron firmes, han sostenido como dice Jorge una rebelión cotidiana y anhelos de cambio, porque siguen llevando la revolución dentro.
Columna de opinión de Candelaria Ochoa
Publicado originalmente en MX Político